Expo Zaragoza 2008 (I)
Esta es una entrada que voy a tener que hacer en diferentes capítulos porque serìa icapaz ni de recordar todo por órden ni de escribirlo de una vez. Este agosoto ha estado lleno de emociones fertes, ya que me he estrenado como voluntaria. Y nunca pensé que sería tan bonito ni tan divertido.
Todo empezó cuando en Expoocio, allá por noviembre, Pablo y yo encontramos en un puesto información sobre la Expo de Zaragoza. En uno de los panfletillos ponía "Vive la Expo, hazte voluntario". Ahí que nos apuntamos. Por casualidad, como ocurren todas las cosas importantes en la vida.
Tras varias vicisitudes de Email va, email viene, que no nos han puesto juntos, que todavía no han contestado, que yo esta semana no puedo... que dijeron que nos iban a responder en marzo y estamos en mayo sin noticias, etc (la verdad es que la organización no fue una maravilla), obtuvimos fechas. Yo estaría allí del 5 al 18 de agosto y Pablo del 11 al 18 del mismo mes. Por otro lado, nosotros ya habíamos planeado para los días 1 a 4 , un vaje a Sitges con varios amigos, con lo que yo el día uno salí de mi casa con una maleta inmensa en la que llevaba, entre otras cosas, veinte paredes de calcetines, un juego de sábanas y una manta. Sí, una manta. La persona encargada de decirme (a mi y supongo que a otros más) qué tenía que llevar a Zaragoza, dijo que debía llevar una manta. Yo no había estado nunca en Zaragoza, con lo que no tengo ni idea del tiempo que hace allí.
-Hija, que es agosto.
-Sí, pero en agosto en mi pueblo (la sierra de Madrid), yo duermo con manta.
Por otra parte no tenía NI LA MÁS LIGERA IDEA de donde me iba a tocar dormir...así que, por si resultaba ser un soportal, yo eché la manta...
El día cuatro, como a las dos de la tarde, me bajé de la furgoneta en la que más tarde se marcharon mis amigos, con los que me lo había pasado "teta" el fin de semana. Había dejado la playa, para quedarme con mi maleta enorme y mi manta en una ciudad que estaba en alerta naranja por calor y en la que no conocía a nadie. Pablo no hacía más que decirme que me lo iba a pasar muy bien, mientras Elena y Bene me animaban con sentido del humor y haciendo alusión a los estupendos que estaban los voluntarios que se nos cruzaban..."Me dan ganas de quedarme contigo..."
Pablo me acompañó al Cove (Centro de Atención al Visitante), donde dejé mi maleta, y a la oficina del voluntariado. Antes he comentado que la organización no fue maravillosa. También he de decir que a pesar del lema "Los Voluntraios... el alma de la Expo", allí eramos el último mono y en cuestiones como acceder a la cantina de trabajadores, si bien había una puertas de fácil acceso por todas partes, a los voluntarios no se nos permitía acceder por ellas y teníamos que dar casi la vuelta al recinto. SIN EMBARGO, desde el primer momento hasta el último día, desde el personal de Expo (exclutendo al grado que estaba por encima de nosotros, que considero una excepción) hasta el guardia de la Catedral, pasando por todos los voluntarios que conocí, absolutamente todas las personas con las que traté en Zaragoza, son encantadoras. Me he traido como recuerdo la hermosura de la ciudad, lo extraordinario de la experiencia, pero sin duda, la gente es lo que no se me va a olvidar nunca. No es tópico, hablo con toda sinceridad.
Pero bien, los recuerdos y lo que me queda, es un tema posterior. ¿Dónde estaba? Ah, sí, en la oficina... Nos atendió una joven de lo más amable que luego supe que se llamaba Clara. Nos dio la documentación informativa, un tarro de crema solar y a mi algún consuelo, ya que eataba casi llorando del disgusto y el vértgo que me daba aquello.
Mis amigos comieron conmigo en un parque al lado del cual estaba mi lugar de "residencia", yo aún no lo sabía, y después se marcharon para continuar su viaje hasta Madrid, dejándome a mi de pie en un cesped diciéndoles adiós con la mano y con una cara como si del exilio se tratase. De ahí me marché a por la acreditación que se hacía al otro lado de un aparcamiento larguísimo y sin una triste sombra. Tenía árboles a los lados, pero el problema de estos eventos con vistas a la rehabilitación urbana es que los árboles, cuando se plantan, son poco más que ramas y esos magníficos espacios sombreados, que el arquitecto pensó, son por el momento solanas. En fin, daba igual, yo lo entiendo, aparte de que una sombra no hubiera aliviado mi desolación. Me hice la acreditación en la que salgo con una cara rarísima ya que quería sonreir pero no podía dehar de lloriquear a todo aquel con el que hablaba (no dejaba de pensar que me tendrían por una especie de cursi llorona). Con mi acreditación me marché al lugar donde asignaban los alojamientos y me mandaron en compañía de otro voluntario al pabellon "Río Ebro". Dicho voluntario, Jaime, cargó amablemente con mi maleta mientras me preguntaba por qué estaba tan disgustada y me explicaba que me lo iba a pasar muy bien. No se equivocaba...
Anexo del 09 de mayo de 2010: Nunca escribí las otras quince entradas que hubieran sido necesarias para descuribir cada momento, cada anécdota y a cada persona que hicieron de esta experiencia algo único. Sólo puedo dar las gracias a cada persona con la que me crucé y aconsejar a todo el mundo, independientemente de la edad y la condición que se procure una experiencia de este tipo para su bagaje vital.
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